23/01/2008

Saw: The Philosophy of Fear (Capitulo VII, VIII)


Capítulo 7: Una sopresa de Jigsaw

Por miles de retrasos, Roa estuvo obligado a acudir a la dirección al día siguiente, esta vez lo acompañaba, además de Molina y Gómez, Alfonso, éste no le gustaba mucho a Roa, pero le pareció necesario, era inteligente.
Llegaron en dos automóviles a un edificio similar a una fábrica, ninguno de los cuatro conocía en absoluto el lugar.

Se bajaron empuñando su pistola y rodearon la puerta, posteriormente entraron como se les fue entrenado. Llegaron a una habitación con un enorme espacio, cada vez que hablaban escuchaban su eco, encontrar algo ahí sería difícil, o por lo menos eso creían, encontrar el primer mensaje no costó, estaba escrito con tinta en aerosol blanco: “¿Conoce las profecías? La mía es 1-4-3-2 es el árbol”.
—¿Más números? —asqueó Roa— A pensar…
—Podría ser un año —comenzó Alfonso.
—Ajá… Gómez y Alfonso escriban sus probabilidades, con Molina buscaremos pistas —ordenó Roa.
Todos acataron los mandatos de su jefe de inmediato, Gómez y Alfonso se fueron a un rincón a intercambiar teorías, mientras que Roa y Molina comenzaron a buscar información escondida.
Buscaron en cada rincón de la habitación, en los umbrales de las puertas, escrituras en la pared, usaron reiteradamente luz UV para encontrar algo, lo que sea, pero nada.
—Ese hombre me dijo que encontraría a Marion aquí —se quejó Roa.
—Claro, la acabo de encontrar.
—¿Si?
—Claro, una pieza de un rompecabezas, otra más, a un lado hay dos ojos, y del otro dice Marion.
—Una maldita metáfora —replicó Roa—, eso era, una maldita metáfora. ¿Sabes? Le tengo el nombre perfecto a ese idiota, Jigsaw, rompecabezas en inglés.
—Suena creativo y espeluznante. Quisiera encontrar algo importante, algo así como “Hola, me llago Pedro”.
—Si las cosas fueran tan fáciles, habrían encerrado a Hitler antes de que se suicidara —pausó unos segundos—. Supongo que los ojos significan que Marion se arrancó uno para vivir.
—O sea, ¿está viva?
—No, Jigsaw dijo claro que se sacó el ojo, pero no alcanzó a meter la maldita llave en el candado. ¿Qué será de mi hijo ahora?
—Irá a algún reformatorio u orfanato.
—Que feo suena eso, orfanato.
Se mantuvo el silencio por unos instantes, hasta que lo rompió Gómez.
—Un árbol de diez ramas, 1+4+3+2=10.
—¿Y dónde lo encontrarás? Ven aquí, tenemos otra pieza, esta es la ex esposa que el maldito me prometió.
—¿Qué es? —preguntó mientras se acercaba.
—Dos ojos —respondió alguien más— y al reverso dice el nombre. Esa es la pista más fácil, supongo que saben que hablo de tu ex esposa Roa.
Una figura se apareció en el umbral de una puerta. De inmediato los oficiales sacaron sus pistolas y lo apuntaron.
—Levanta las manos, maldito.
—Sonaba más bonito Jigsaw.
—Hace cuándo que sabes lo que hacíamos
—Comencé cuando llegaste a la casa de tu ex esposa. ¿De verdad crees que el corazón negro pertenece a tu madre? Eres patético, ¿de verdad son tan complicadas las pistas?
—El único patético eres tú, loco de mierda, ahora cállate y dime donde está mi madre.
—Tu madre, ¿es la única persona la cual “quieres”?
—Sé que la tienes tú, no soy tan idiota.
—Pareciera que sí, pero bueno, no vine aquí a ser apuntado por sus pistolas de agua, vine en “son de paz”, ¿quieren jugar un juego conmigo?
—¿Qué?
—Baja tu maldita pistola y comienza a correr, aquí tengo un pequeño interruptor que puede hacer explotar toda la habitación en sesenta segundos, ¿te quieres arriesgar?
—Estás tú aquí, no es así, no presionarías el botón.
—No, Roa, no estoy aquí.
La figura que habían visto en el umbral calló al piso como un costal de papas, los agentes se acercaron con cuidado, el cuerpo tenía una capucha que le tapaba el rostro, parecía ser un muñeco. Los oficiales se acercaron más y le quitaron la capucha de la cara, pero en vez de ver una boca, ojos, y demás, había un parlante, de repente este suena y dice:
—¿Ven?, les dije que no estaba aquí, sorpresa.

La cabeza del muñeco estalló lanzando gas lacrimógeno como una dinamita en un combate, de inmediato los agentes se taparon la cara, pero sintieron un ardor en los ojos, un mareo extraño, la cara les empezó a picar.
—Corran, el tiempo comenzó.
Los agentes no podían mantener los ojos abiertos mucho tiempo, estaban mareados, no podían correr ni respirar bien, se sentían pésimos, pero tenían que salir. Corriendo como unos verdaderos borrachos en dirección a las puertas, o eso creía, chocaron contra la pared, la habitación les daba vueltas. Roa encontró la salida y gritó para que lo siguieran, pero no sentía a nadie atrás, se impacientó, miró hacia atrás y vio que venían dos personas, no diferenciaba quienes eran, pero no se quedó a esperar, siguió corriendo hasta alejarse lo más que pudieran.
—Socorro —oyeron gritar.
Se giraron a ver quien era, pero no hubo tiempo, las bases del edificio explotaron y éste se vino abajo. Roa sabía que alguien había quedado atrás, y entonces gritó.
—¿Quién está conmigo?
—Gómez —gritó uno.
—Alfonso —gritó el otro.
—¿Y Molina? —preguntó Roa.
—Se quedó atrás, me parece, no lo vi salir.
Roa se sintió pésimo, Molina era su amigo, más que su colega, su mejor amigo, y había muerto por culpa de un estúpido psicópata.
—Llamen a una ambulancia —dijo desganado Roa— y díganle que traigan limón para morderlo y quitarnos esta mierda.


Alberto y Leonardo se quedaron echados en el piso pensando qué hacer, habían estado algo así como dos horas buscando en todas las habitaciones y sólo habían encontrado una puerta cerrada a uno de los lados de la ventana, sólo les faltaba la llave que no sabían dónde estaba.
A Leonardo ya no le sangraba los brazos ni la rodilla, pero si les dolía, a veces sentía unas punzadas y sólo lo expresaba con un gesto.
Alberto, mientras tanto, se entretenía escuchando una y otra vez las grabaciones que el psicópata les hacía y, en una de esas descuidadas, a Alberto se le calló la grabadora y se hizo añicos en el piso, pero eso fue algo bueno, entre los chips que componen la grabadora, había una llave.
—Encontré la llave —dijo airoso Alberto.
—Bien, dale, pruébala.
—Claro.
Alberto probó la llave y le hizo, pero la puerta era una trampa, o sea, estaba trabada, ya sabían que cuando eso pasaba era porque se venía una trampa. Alberto hizo un gesto a Leonardo.
—Ábrela, no hay más que hacer —le dijo Leonardo con un buen tono, por primera vez.

Alberto dio un tirón y se escuchó como si algo se zafó. Alberto miró al interior y vio un largísimo pasillo lleno de unos pinchos en el piso, de la altura más o menos que les llegaba un poco más allá de las rodillas. En el piso Alberto encontró una carta, la cogió y la leyó en voz alta.
—“Al abrir la puerta activaron un cronómetro de veinte segundos, al término de este tiempo el techo comenzará a bajar lentamente, mientras que ustedes se equilibran en el piso resbaladizo entre los pinchos, cuidado que el techo puede obligarlos a enterrarse en un pincho y morir.”
—Mierda.
Se escuchó un sonido seco y el techo comenzó a provocar unas extrañas virazones, a cada poco rato bajaba unos centímetros de golpe.
—Vamos, ve atrás mío, apresúrate.
Ambos se metieron, no creyeron que el piso estaría tan resbaladizo hasta que ellos mismos lo probaron, comenzaron a avanzar lo más rápido que podían, pero el piso se los impedía, sentían que esta era una de las pruebas más difíciles.
—Vamos, podremos salir de aquí —le animaba Leonardo por atrás.
—Está difícil, sin caerte.
—Lo sé, vamos.
Alberto se sintió apoyado por primera vez por Leonardo y comenzó a andar más rápido, sabía que si él moría arrastraba a alguien más a su muerte, de repente el techo le tocó la cabeza.
—Mierda —gritó Leonardo— apresúrate.
—No te desesperes, ese sería nuestro fin.
Alberto comenzó a perder el equilibrio, el techo lo obligaba a agacharse y le hacía perder estabilidad, se apoyaba con los pies presionando contra los pinchos. Ya sentía que uno de ellos le tajaba el estómago. De repente Alberto dejó de avanzar.
—¿Qué te pasó?
—Se me pilló el pantalón.
—¿Qué?
Alberto comenzó a tirar no con demasiada fuerza porque ésta la podía traicionar, decidió dar un tirón, el pantalón se rompió y Alberto pudo liberarse.
—Ahora rápido.
Alberto tenía las piernas cansadas, apenas le daban, no hallaba la hora de echarse al piso y descansar, si esque este no estuviera lleno de pinchos.
Hasta que por fin Alberto pudo salir, miró hacia atrás y vio a Leonardo algo complicado, los pinchos el rozaban el torso, él mantenía la respiración para hundir la guata.
—Toma mi mano —le gritó Alberto.
Se paró y trató de tomar a Leonardo, pero estaba muy lejos, se estiró un poco más y hasta incluso metió su cabeza entre un pincho y el techo, para lograr su cometido, Leonardo presionó su mano.
—Ahora te halaré, déjate resbalar.
Alberto lo tiró y Leonardo pudo salir de una muerte segura.
Ambos se echaron al piso a respirar hondo:
—Gracias —dijo con voz tímida Leonardo—, por lo de salvarme la vida, ese hombre tenía razón, tendré que confiar en ti, y creo que lo estoy logrando.
—Claro, no hay de qué, ya sabes que siempre podrás confiar en mí.
—Nunca nadie me había salvado la vida.
—Siempre hay una primera vez, antes yo era así, como tú, resignado, luego comprendí que la vida no está hecha para pasarla solo y amargado.
—Claro, tienes razón.
—Wow, creo que por primera vez nos entendemos bien.


Capítulo 8: "Leonardo, tu juego aún no termina"
Alberto y Leonardo continuaron caminando, Leonardo aún sentía el sabor de la muerte que lo hacía estremecer. Alberto parecía tener frío y estar cansado de lo que habían pasado.
—Quiero salir de aquí —dijo Leonardo.
—Descuida, debe faltar poco.
—¿Y cómo lo sabes?
—No sé, quiero ser optimista.
Caminaron un pasillo y llegaron a una puerta que decía, claramente y con todas sus letras, “Salida”.
—Mira —dijo Leonardo entusiasmado—, por aquí nos iremos.
—Yo no me alegraría demasiado, conociendo a este sujeto, abre la puerta con cuidado.
—Claro.
Leonardo gira la perilla con lentitud y abre la puerta con nerviosismo. Al interior había una habitación con una caja de plástico transparente y dentro de ella había una llave, a un lado había una puerta con una flecha apuntándola que decía: “Verás la luz del sol”.
—Vamos, mete la mano —le animó Alberto.
—Ojala no sea una trampa.
—Hemos pasado por mucho, no creo que sea una trampa.
La caja tenía un agujero metálico que les daba razones a Leonardo y Alberto de desconfiar de él. Leonardo acercó su mano lentamente, el corazón le saltaba por el suspenso, no lograba relajarse. Leonardo logró tocar la llave con la punta de los dedos, estaba a punto de tomarla cuando unas placas metálicas le sujetaron la mano a Leonardo, al parecer, la caja era una trampa.


Al séptimo día los agentes no sabían cómo llegar hasta Jigsaw, habían hecho todo lo que podían pero era imposible, buscaban respuestas y todo, pero lo único que dedujeron era que el número cincuenta y uno era su edad por la razón de que el psicópata parecía tener experiencia, era inteligente, sabía de torturas medievales y cosas así. Jigsaw había dejado bien claro que daría pistas para comprender quién es él, y, por lo tanto, el cincuenta y uno era su edad, de seguro los ojos de la ficha significaba una cualidad de los suyos, los ojos del rompecabezas eran azules, eso significaba que Jigsaw tenía los ojos azules. Sabían que el corazón negro significaba que la madre de Roa estaba en las manos del psicópata, lo que no calzaba era la serie de números y las alas, pero con eso, no llegaban a ninguna parte, los agentes llegaron al hecho de que Jigsaw les había mentido.
La misma noche, mientras Roa tomaba un café en su oficina, le llegó una llamada.
—¿Aló? –contestó Roa.
—Hola detective Roa, ¿te sientes perdido?
—¿Eres tú Jigsaw?
—¿Quién más te llamaría, tu ex esposa?
Rápidamente le hizo una seña a sus hombres para que rastrearan la llamada, Jigsaw había cometido un error al llamar y ahora si llegarían con él. Roa comenzó a grabar la llamada.
—¿Qué quieres?
—Lo llamo con el propósito de que sé que no sabe qué hacer y que está perdido, su último día se le escapa como arena entre los dedos y no sabe dónde estoy, llamo principalmente no porque sea un idiota, sé que estarán rastreando la llamada, ésta es una oportunidad, me quiero enfrentar a usted y no quiero que se vaya sin que le diga lo pésimo que es en su trabajo. Dime ahora, ¿rastrearon la llamada? Dime cuando para colgar, la llamada me sale cara.
—¿Cómo sabes que te rastreamos?
—Porque no doy un paso sin saber donde pisaré, era obvio que si llamaba me rastrearían y grabarían la conversación, quiero que lleguen hasta mí, le queda exactamente una hora, el juego aún no termina, y el tiempo no se detiene. Adiós, nos vemos en el infierno —colgó.
—¿Tiene el lugar?
—Claro —respondió el agente.
—Entonces vamos hasta allá y matemos a ese hombre, por Molina.

—Ayúdame, Alberto, ayúdame.
Alberto se quedó mirando a Leonardo, cómo le lloraba para que lo sacara de ahí, pero el hombre no hacía nada, no hacía el mínimo gesto, entonces fue ahí que Leonardo lo comprendió.
—¿Tú eres el psicópata?
—Sí, Leonardo Roa, sí. Todo el tiempo estuviste jugando bajo las reglas que yo te había puesto, ¿cómo adivinas que cuando estabas sobre la placa de vidrio el tiempo comenzara justo al momento en que la grabación terminó? Yo te observaba, yo no estaba en peligro, sólo tú corrías los riesgos, no yo. Todo lo que te dije es mentira, sólo lo que la marioneta decía era verdad, todo lo que yo decía a través de la marioneta.
—¿Por qué lo hiciste? Por qué.
—Eres el primero de una cadena que involucra a toda tu familia. No te diré por qué lo hago, sólo te diré que tendrás que esperar como mínimo una semana para ver la luz, es el tiempo que le daré a tu padre para que me encuentre, quiero ver si es capaz de resolver un caso.
—Estás loco.
—Tu juego aún no termina, te queda uno último —Alberto hace un movimiento y se activa un cronómetro de la caja que Leonardo está prisionero— Al entrar era un maldito egoísta y egocéntrico, ahora no lo eres, y ese es un éxito para ti y para mí.
—¿Entonces qué hago aquí?
—Pregúntaselo a tu padre. Son sesenta segundos, suerte ahí afuera —se retira.
Leonardo se quedó sorprendido, la persona con la que siempre estuvo hablando y la persona con la cual pensó que se había entendido era sólo un personaje hecho por un psicópata.
Leonardo trató de tirar el brazo, pero se le hizo imposible, tiró y tiró, las heridas que se le habían formado antes se le reabrieron, el dolor era enorme, el juego aún no terminaba.
Alberto se filtró a la casa de Roa, preparó una bomba e hizo miles de pistas, dejó una cinta al lado de su teléfono para asegurarse que el agente Emill Roa la vea y sepa que ahora tiene que jugar un juego.


Continuará con el grandísimo final.

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